La próxima revolución agrícola
- Editorial AJU

- 24 jul
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Para 2050, se prevé que la población mundial aumente casi un 40 %, alcanzando los 9600 millones de personas. Para alimentar a esta población en drástico aumento, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) predice que la industria agrícola necesitará producir un 70 % más de alimentos, utilizando solo un 5 % más de tierra. Esto significa aproximadamente mil millones de toneladas más de trigo, arroz y otros cereales, y 200 millones de toneladas más de ganado al año, en prácticamente la misma superficie agrícola.
Esto, sumado a las crecientes presiones ambientales y regulatorias, representa un desafío abrumador para la industria agrícola mundial. Dado que la mayor parte de las tierras aptas para la agricultura ya están cultivadas, este crecimiento debe provenir de mayores rendimientos.
La revolución de la agricultura digital puede aportar soluciones al problema de alimentar al mundo de forma sostenible, y será la revolución agrícola más disruptiva hasta la fecha.

La agricultura ha experimentado una serie de revoluciones que han impulsado la eficiencia, el rendimiento y la rentabilidad a niveles previamente inalcanzables. Esto incluye la introducción e implementación de la mecanización entre 1900 y 1930; la revolución verde de la década de 1960, que impulsó el desarrollo de nuevas variedades de cultivos más resistentes y el uso de agroquímicos; y el auge de la modificación genética entre 1990 y 2005.
Sin embargo, el auge de la agricultura digital podría ser el más transformador y disruptivo de todos. La agricultura digital no solo cambiará la forma en que los agricultores cultivan, sino que transformará fundamentalmente cada eslabón de la cadena de valor de la agroindustria.
Datos, cifras y campos
Uno de los elementos clave de la agricultura digital es la agricultura de precisión.
Durante gran parte de la historia, la gente ha cultivado cosechas mediante ensayo y error, ha recibido sabiduría y ha adquirido un conocimiento básico de las condiciones del suelo y del clima.
La introducción de la agricultura de precisión ha permitido a los agricultores medir, mapear y gestionar con precisión cualquier variación en un campo para aumentar significativamente los rendimientos y reducir los costos de producción.
Se han introducido numerosas tecnologías nuevas para analizar mejor la acidez del suelo, el nivel de nutrientes, el rendimiento histórico y las variaciones climáticas de un campo. Desde tractores con GPS y drones aéreos con sensores multiespectrales hasta dispositivos conectados del Internet de las Cosas (IoT) que monitorean cultivos individuales, los agricultores ahora tienen acceso a una amplia gama de información que les ayuda a tomar decisiones mejor informadas.
La industria agrícola también ha comenzado a aprovechar el potencial que el big data puede aportar a sus operaciones. Se están creando software y algoritmos para aprovechar los datos y así aumentar el rendimiento, la rentabilidad y la sostenibilidad de las explotaciones.
Y los inversores están tomando nota. Según AgFunder, en 2015 se invirtieron más de 4.600 millones de dólares en tecnología agrícola. Gran parte de esta inversión se destinó a software y tecnología para impulsar la agricultura digital: una combinación de datos y algoritmos que ofrece recomendaciones específicas para cada metro cuadrado de campo.
Transformando la cadena de valor del agronegocio
La agricultura digital transformará toda la cadena de valor de la agroindustria. Las organizaciones deberán prepararse para la disrupción, desde la estructura organizativa hasta la experiencia del cliente final.
Sin embargo, la agricultura digital no se limita a la agricultura de precisión: la revolución digital está cambiando el modo en que funciona toda la cadena de valor del agronegocio, desde la fuente en el campo, pasando por la medición de la demanda y la distribución, hasta la experiencia del cliente final.
“Existe una enorme oportunidad para digitalizar muchos otros procesos en la agricultura”, afirma Rob Dongoski, Líder Global de Agronegocios de EY. “El agricultor de la nueva era está mucho más familiarizado con la tecnología, y algunos incluso son nativos digitales. Así, cuando llaman a su proveedor de semillas para saber dónde está su pedido, se encuentran en un contexto de comercio electrónico y esperan poder rastrear sus envíos en línea”.
A medida que la industria se vuelve cada vez más digital, inevitablemente se producirán disrupciones, como sucede en casi todas las industrias en las que las nuevas tecnologías posibilitan nuevas formas de pensar y trabajar.
La agricultura digital y el big data no solo afectarán el comportamiento de compra de los productores, sino que también cambiarán la forma en que las empresas de semillas y agroquímicos comercializan, fijan precios y venden productos: datos más granulares permitirán una planificación, un envío y una comprensión mucho más precisos de las necesidades clave de los clientes.
Un conocimiento más detallado de toda la gama de sus operaciones también revolucionará el modo en que las organizaciones involucradas en la agricultura y la producción de alimentos seleccionan e invierten en su cartera de I+D, fabrican y distribuyen productos y gestionan el riesgo crediticio y financiero.

La revolución de los datos también puede ayudar a reducir el desperdicio de alimentos. Según la FAO, aproximadamente un tercio de los alimentos producidos en el mundo para el consumo humano cada año (aproximadamente 1300 millones de toneladas) se pierden o desperdician.
El auge de los estantes digitales y los almacenes inteligentes permite a los distribuidores reaccionar mejor a los cambios en la demanda. Por otro lado, los nuevos sistemas de transporte inteligentes, como los vehículos sin conductor y los drones, ofrecen la posibilidad de distribuir alimentos del campo a la mesa de una forma mucho más flexible y reactiva.
Cuantos más datos haya disponibles sobre la agricultura digital, más cambiarán las estrategias comerciales, los diseños de productos, las preferencias de los clientes e incluso las estructuras organizativas.
Fuente: EY Global




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