La resistencia de las plantas a los herbicidas no es algo que se genera, sino que ya está incorporada desde el inicio en un mínimo porcentaje de individuos. Lo que se conoce hoy como malezas resistentes es producto del uso persistente de las mismas recetas agronómicas que llevó a una selección de esos individuos que traían la resistencia y que fueron, durante años, los únicos a los que se les permitió reproducirse.
La explicación brindada por el ingeniero agrónomo especialista en el tema Horacio Acciaresi en la jornada de actualización técnica de soja de DonMario que tuvo lugar esta semana es tan elemental como fundamental para comprender la problemática.
“La presión del uso del tándem de cultivares resistentes y el herbicida glifosato hizo que en menos de 10 años tuviéramos resistencia a glifosato”, recordó el técnico, y remarcó que esa resistencia se trasladó luego a otros herbicidas. “Hoy impacta la tasa de crecimiento de la detección de resistencias a diversos principios activos y sitios de acción”, advirtió.
Lo que afirmó el agrónomo no es nada novedoso, hace tiempo que el tema está en el centro del debate en cada reunión de productores, pero ahora la sociedad urbana también se anima a intervenir aumentando la presión por un menor uso de agroquímicos. En ese sentido, en pos de una mirada sistémica, recomendó sumar información a los planteos. Por ejemplo, conocer las curvas de emergencia de las especies en cada zona para saber cuándo pulverizar y hacer un uso eficiente de los productos. Además, conocer la biología de las malezas, su ciclo fenológico.
Una mirada similar, pero foco en las enfermedades, fue la que aportó en la misma jornada el fitopatólogo Marcelo Carmona, quien comenzó afirmando que “hoy la Argentina no tiene campos de soja libres de enfermedades”. El promedio actual de pérdidas por enfermedades en los lotes argentinos, según indicó, es de 400 kilos por hectárea.
La base del problema, según Carmona, es que no se implementa un “manejo integrado de enfermedades”. ¿En qué consiste el manejo integrado? En primer lugar, en “una adecuada rotación de cultivos que ayude a descomponer los rastrojos para que los patógenos mueran de hambre”, dijo el especialista. Luego mencionó dentro de esa práctica básica a la gestión de la biología del suelo, el “manejo de la supresividad” (los microorganismos tienen la capacidad de suprimir patógenos), y la nutrición, que como remarcó Carmona no solo mejora los rindes sino que mejora la estructura de las raíces para que las plantas sean más saludables y se infecten menos.
En segundo lugar, el fitopatólogo recomendó enfáticamente el uso de cultivares resistentes como herramienta inicial para el control, y remarcó que si bien la transgénesis no generó grandes resultados en el manejo de enfermedades de soja, con las nuevas técnicas de edición génica sí se abre un panorama promisorio.
En tercer lugar, Carmona llamó a realizar un manejo de la semilla que apunte a protegerla contra hongos presentes en el lote y en la semilla misma, y resaltó: “Hace falta hacer más análisis de sanidad de semillas”.
Fuente: Clarín Rural
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